El
obstáculo más grande que podemos encontrar si queremos resolvernos a
tomar la dirección de nuestra evolución (sea referente al desarrollo de
nuestros conocimientos o transformación de nuestras emociones) consiste
en nuestras variantes disposiciones del alma, a las que a menudo nombramos
“nuestros cambios de humor”. Esos son raros y curiosos porque parecen
cambiar toda nuestra actitud frente a las cosas que más profundamente
estamos seguros; raros, por el poder que tienen sobre nosotros.
En
una mañana de abril, cuando las nubes empujadas por la rapidez
del viento velan a menudo el sol, el paisaje nos parece a veces
triste, a veces luminoso; una parte está llena de luz, la otra en la
oscuridad. La alteración de las nubes y del sol muda todo el aspecto de
las cosas iluminadas o sumergidas en la sombra. El riachuelo limpio
transcurre bajo los rayos del sol como reflejos de plata; pálido y gris
bajo las nubes.
Nosotros
constatamos estos cambios y sabemos que son debido a las nubes, a los
rayos del sol y a sus relaciones que mudan y crean esta enorme diferencia
de aspecto. Una cosa análoga nos pasa a nosotros; tales disposiciones del
alma que tienen sobre nosotros tanto poder, que nos influyen tan
poderosamente, no son más que las nubes mutantes de los efectos del sol
de nuestros temperamentos intelectuales y sobre todo, de nuestros
temperamentos emocionales que no son de naturaleza intelectual.
Cuando
queremos dominar los cambios de humor que pasan sobre nosotros debemos
subir a la fuente sobre el plan de las emociones, y allí aprender la
manera de combatirlos. Poner lado a lado los luminosos con los tenebrosos,
ya que los unos como los otros no son sino cambios de humor; y proceden
juntos como cada par de opuestos.
Estudiándonos
con atención no tardaremos en ver que a cierta fase de profunda y
completa depresión, corresponde otra en proporción de felicidad y de
luz. Los que no sufren muy hondamente, no se elevan tanto en el gozo; lo
que por el contrario, sienten momentos de intenso gozo tienen horas de
profunda depresión.
Eso
depende de las oscilaciones de nuestras emociones que se parecen bajo
todos los puntos, a las del péndulo; cuanto más se eleve éste de un
lado empezando desde el punto del medio, más subirá del otro. Esta
oscilación de nuestro temperamento es una de las más marcada
particularidad de los pueblos occidentales.
Se
puede observar que estos cambios de humor desaparecen a medida que nos
vamos acercando al Oriente; no completamente, pero lo suficiente para que
la diferencia sea percibida, si los comparamos con los cambios que
atormentan la naturaleza de los occidentales.
Por
lo que a mí atañe encontré muy difícil, y tuve que luchar mucho para
llegar a tener un carácter siempre igual, lo que parece ser una condición
natural de la mentalidad oculta del hindú. No conozco bastante los
pueblos de las otras naciones orientales, pero por lo que he oído, creo
que tal uniformidad de carácter existe también en los pueblos del otro
lado de la península india. Esta uniformidad de humor es muy ventajosa,
porque impide nuestras continuas pérdidas de equilibro en un sentido u
otro, y quién la posee queda fiel y devoto a su propio ideal particular
en cualquier momento de su vida que lo considere.
Nosotros,
contrariamente, vemos continuamente cambiar “nuestra actitud frente a
nuestro ideal” por lo menos en lo que concierne a nuestras emociones, y
no solamente en esta ocasión cambia nuestro humor. Esto me lleva a hablar
de ciertas disposiciones del alma que no nos influyen tan profundamente
como ciertas otras y que desde ahora podemos
distinguir.
Ante
todo los nervios son causa, en nosotros, de ciertos cambios de humor. Muy
a menudo pasa que la desmoralización o la elevación del carácter, la
irritabilidad o la calma, dependen en gran parte del estado del sistema físico.
Los
que estudian de cerca su propio carácter deberían buscar la separación
de esos cambios de humor de otros de naturaleza más profunda. Debemos
vencerlos y librarnos de ellos por medio de la razón, del criterio y de
la comprensión.
Empecemos
por examinar hasta qué punto nuestro sistema nervioso está en la base de
nuestras alteraciones del carácter; ¿una tensión más grande de los
nervios, un poco de falta de sueño, puede todo eso ser la causa de esas
alteraciones?... Reconocemos entonces que es vergonzoso para criaturas
responsables, ser esclavos de estas cosas. Por eso mismo, esforcémonos en
dominarlos, devolviendo la salud a nuestro cuerpo, porque este es un deber
para nosotros y los demás; y es seguro que la enfermedad siempre
reacciona sobre el carácter, a menos que poseamos mucha fuerza de
voluntad.
Es
más fácil prevenir el mal que encontrar en sí la fuerza de luchar
contra cada reacción nerviosa; y de aquí la absoluta necesidad de medir
la extensión de nuestras fuerzas y de adaptar a ellas todo lo que
hacemos. No se trata de cumplir una gran cantidad de trabajo, sino que éste
sea proporcionado a los medios que poseemos para cumplirlo.
Nuestra
facilidad para el trabajo puede ser muy diferente de la de otros; por eso
no se puede juzgar a quien quiera que sea por la cantidad de trabajo que
hace, sino por el poder que tiene de hacerlo sin cansarse. Aquí están en
juego el criterio y el conocimiento; así es, pues, cómo, por mi parte,
limito mi trabajo: escojo entre las innumerables cartas que me llegan de
todas partes las que puedo contestar según el poder que dispongo. Trazada
esta línea de conducta, me conformo con ella aunque pueda inculparme
alguien que piense que yo debería ocuparme de él. Y no creáis que eso
es fácil. Trazado tal límite, se necesita una firme resolución para no
trasponerlo y para resistir a las solicitudes.
Sin
duda esa es la manera en que ha de obrar el estudiante de ocultismo, no
solamente porque no tiene el derecho de ponerse enfermo en el servicio que
ofrezca al Maestro, sino también porque no es su deber hacer más de lo
que puede.
Dejando
esto a un lado, detengámonos un momento sobre otra clase de humor que es
muy a menudo triste, y no lo sería tanto si fuese considerado en su
verdadera luz. Intento hablar de la clase de humor que proviene de nuestra
creciente susceptibilidad en las condiciones del mundo superfísico, antes
de estar lo suficientemente evolucionados para reconocer la naturaleza de
tales influencias.
Mientras
que nuestro cuerpo astral evoluciona, recibe del mundo astral un número
mayor de impresiones, y las transmite al cuerpo físico, de manera que
experimentamos grandes desmoralizaciones de las cuales no podemos
reconocer la fuente. Tales disposiciones del alma son a menudo sombras del
plano astral con las que tenemos que ver mucho más que el riachuelo
obscurecido por las nubes.
Ellas
nos vienen del plano astral, algunas veces porque alguien a quien queremos
sufre lejos de nosotros; otras veces porque alguna desgracia nos amenaza y
su sombra la precede, la hemos visto y sentido en el plano astral antes de
que se manifieste en el plano físico. Acaso la dolencia no esté en
relación directa con nosotros, que provenga de nuestros vecinos con los
cuales estamos inconscientemente en vibración de simpatía; y como es
natural, nuestro sufrimiento es proporcionado a nuestra simpatía. Los
que, por ejemplo, se sienten turbados, agitados sobre cuestiones de interés
general, que piensan mucho en el bienestar de un gran número de sus
hermanos, sienten profundamente las amenazantes calamidades públicas o
personales. Muchas personas por nada afectadas físicamente por una huelga
importante, pueden verse entre nubes de desmoralización por la depresión
de los que sufren efectivamente por la huelga; y así pasa en todo lo que
sucede o puede suceder. ¿Qué debemos entonces hacer cuando estos
sentimientos se manifiestan en nosotros? La mejor manera de luchar con
ellos es a mi parecer, el conocimiento claro y definido de la Ley, el
sentimiento de que nada nos puede pasar o a los demás que no sea en la
Ley, que todo lo que pasa obra por una buena intención y un buen fin; la
convicción íntima, profunda, con la que debemos luchar contra tales
cosas vagas y oscuras, de la misma manera que luchamos con la dificultad
que vemos y comprendemos.
No
debemos dejarnos dominar por lo vago o lo indefinido, ni permitir que la
oscuridad nos rinda ciegos al mecanismo de la Ley, y debemos tomar la
costumbre de cultivar en el mental aquella disposición que afronta sin
temor todo lo que sucede, recordándonos la gran verdad que nos llega de
Oriente. “Brahman no tiene temor y los que participan de su Naturaleza,
deben también participar de su valor”.
Cultivar
la mentalidad sin temor es una de las cosas mejores que podemos hacer;
mirar al mundo cara a cara sabiendo que está lleno de luz y de nubes;
pasar alternativamente de una experiencia a otra sin permitirnos perder el
valor cuando la desmoralización nos envuelve; reconocerle como una sombra
proyectada sobre nosotros de lo externo e impedir que aquella sombra tenga
la menor acción sobre la Luz interna. Reconocer que la mayoría de
aquellas nubes llegan simplemente del plano astral; tratarlas como empujes
que nos golpean de aquellas alturas; considerarlas bajo esta luz calma y
reflexión será bastante, generalmente, para alejarlas de nuestro camino,
dejando sólo su sentido de sencillos hechos psicológicos a los que no
permitimos que perturben nuestra serenidad.
Estos
son los que podemos llamar los estados del alma menos importantes; los que
provienen del sistema nervioso y descienden del mundo astral.
Los
que de vosotros ansiáis ser más sensitivos y desarrollar las facultades
psíquicas internas, considerad, cuando se trata de estas
desmoralizaciones, cómo afrontaréis las cosas que proyectan estas
sombras!... Cómo procedería la vida física, por ejemplo si tuviéramos
continuamente en el pensamiento todos los incidentes del mundo astral ya
que sólo sus sombras son bastante para producir tales depresiones...
Hasta
que quedéis liberados de esta falta de confianza en la Ley (falta de
confianza que es la única causa de estas profundas depresiones)
seguramente es preferible que vuestros ojos queden cerrados... no tendríais
ya un solo instante de calma y de paz si en la vida pudiéseis ver más
allá todas las dificultades del porvenir sin la certeza de vencerlas, y
todos los gozos con todos sus entusiasmos y la impaciencia que su espera
suscitaría...
Pasemos
ahora de los cambios de humor de menor importancia a los de más
importancia. ¿Qué es lo que nos deja a veces indiferentes, o llenos de
entusiasmo? ¿Por qué nuestro trabajo teosófico es la única cosa que
ilumina nuestra vida y nos la hace amar, mientras que otras veces
(hablando con el corazón abierto) no nos ocupamos de él y casi sentimos
haberlo emprendido?... Me expreso algo fuertemente, lo sé; pero creo no
exagerar, ya que yo misma experimento a menudo estos momentos... Es un
sentimiento difícil, hasta doloroso porque nos hace creer que hemos
cometido una gran falta. Nada de eso... Y diré más; esos sentimientos de
indiferencia, de descuido, de apatía, no significan nada por sí mismo.
Lo que tiene importancia es nuestra conducta en estos momentos, ¿qué
importa lo que nosotros sentimos o experimentamos? Lo que importa mucho es
la manera de portarnos bajo el impulso del sentimiento.
Cuando
ya no nos queda más que la indiferencia ¿podemos continuar portándonos
como antes?... Cuando sentimos que todo ha muerto ¿podemos todavía obrar
con fuerza como si ardientes pulsaciones hicieran vibrar nuestro ser?...
¿Podemos aun obrar con la misma energía, servir con esmero, dedicarnos
enteramente al ideal tenebroso y vago, como cuando es brillante y luminoso
y llena nuestra vida de luz?... Si podemos actuar de esa manera, entonces
nuestra devoción tiene un cierto valor; si no, es seguro que nos quedan
muchas cosas que aprender.
Quisiera
despertar e imprimir en todos estos pensamientos, ya que es imposible
evitar esos cambios de humor antes de llegar a mayor altura, y quién sabe
hasta dónde tenemos que subir para dominar para siempre estas horas de
depresión cuando el ideal querido cambia y nos deja.
¿Cómo
afrontar estos momentos?... Recordemos ante todo la Ley del Ritmo. H.P.B.
en la “Doctrina Secreta” dice que es una de las verdades
fundamentales, sin embargo es una de las Leyes que muy pocos demuestran
comprender cuando les toca. ¿Qué son esos entusiasmos y esas
indiferencias sino el inevitable operar de la Ley de Periodicidad? Las
diferentes maneras de ser de nuestra vida intelectual y emocional son
también inevitables y necesarias como el día y la noche.
El
teósofo que no pasase por esos cambios, sería como el que viviese en una
noche o en un día perpetuos. El sabio debe esforzarse en hacer penetrar
el día en la noche y la noche en el día; lo que por fin resulta de lo
que a menudo llamamos “la más grande indiferencia” es una uniformidad
de carácter que se mantiene en todas las condiciones.
No
es que acaben el día y la noche; no es que la oscuridad sea ¿menor o
mayor? sobre el alma, o que la luz no la inunde más con sus rayos; el
alma los reconoce; pero no se deja influir más por ellas; los siente,
pero rehúsa ser agitada por ellos; los experimenta, pero no los confunde
con ella misma. Reconocemos entonces esta Ley de periodicidad; conocemos
que estos cambios sucederán, y preparémonos a combatirlos. Cuando la
depresión nos invada, nos diremos con calma: “He tenido mucho
entusiasmo durante un cierto tiempo, es natural que ahora yo experimente
lo contrario”. Tan pronto como podamos hablarnos de esta manera y
pensarlo, el poder de la noche sobre nosotros disminuirá; la oscuridad
existe siempre como antes, pero nosotros estamos separados de ella y la
vemos como una cosa externa, que no puede invadir la profundidad del alma;
la realizamos como un no sé qué, que pertenece al cuerpo astral inferior
y mudable.
Este
acto de separación, este conocimiento de la Ley en acción (y que, como
lo sabemos es buena acción) nos permite acordarnos del día durante la
oscuridad de la noche, y de la noche durante la luz del día. Hay muchos
que no se preocupan de acordarse de la noche durante el período luminoso;
tienen todavía que recordarlo, si quieren conquistar el poder de dominar
el uno y el otro. Ellos tienen que moderar sus momentos de gozo extremo,
como también los de extrema depresión.
Las
horas luminosas son más peligrosas que las de la noche, porque esconden
mayores peligros, pues siempre en el momento de nuestros mayores
entusiasmos hacemos cosas que deseamos no haber hecho nunca, y perdemos
aquella vigilancia que practicamos bajo la depresión de la noche.
El
centinela pone menos atención bajo el resplandor del sol que durante la
noche, y así arriesga ser más fácilmente sorprendido. Por esto la mayor
parte de nuestros descuidos suceden durante el período luminoso más bien
que durante la oscuridad.
El
segundo paso que debemos dar es intelectual; éste consiste en reconocer
definitivamente que el ideal, que ha sido hermoso en cierto momento, debe
ser hermoso aun cuando haya perdido el encanto que tenía para nuestros
ojos.
La
hermosura no cesa de ser porque nosotros cesemos de verla. Lancemos sobre
las nubes la clara luz del intelecto y veremos que lo que fue bueno antes
de que nuestros ojos se velaran, es bueno sea cual fuere la densidad de
las nubes que lo rodean. El marinero hace su punto de referencia cuando
puede ver el sol o las estrellas, pero cuando las nubes los esconden a sus
ojos, y el cielo se obscurece, dirige el buque según el camino antes
trazado. Hagamos lo mismo; cuando las nubes de las emociones estén
ausentes, tracemos nuestro camino por medio de la contemplación de las
estrellas, de la hermosura y de la verdad; y que nos sirvan para guiar
nuestra dirección cuando las nubes nos las ocultan, acordándonos de que
aquellas luces eternas no cambian solamente porque las nubes las
oscurezcan o porque la noche las rodee...
Comprender
la Ley de periodicidad con el intelecto y no con las emociones (ya que el
intelecto nos queda cuando las emociones nos dejan) son las dos cosas
mejores para quedar tranquilos y en paz en medio de nuestros cambios de
humor.
Después
sigue el esfuerzo resuelto y constante para realizar lo que somos: lo
Eterno y lo inmutable, y para prescindir de todo lo que en nosotros es
mutable.
Estos
son los medios prácticos que nos sobreponen a nuestros cambios de humor,
en la calma y la paz, y deben ser parte de nuestros pensamientos diarios.
Dediquemos
uno o dos minutos cada mañana para definir bien este conocimiento.“Yo
soy el Inmutable, el Eterno Ser”. Repitámoslo a menudo, pensándolo
largamente, hasta que este pensamiento llegue a ser en nuestra vida como
una música constante que podamos oír tan pronto nos alejemos del ruido y
tumulto de las calles. Hagámonos un pensamiento dominante, de manera que
las vibraciones de esta idea “Yo soy el Inmutable, el Eterno Ser” no
cesarán ya de formarse en nosotros. ¡Cuánta fuerza hay en eso! ¡Cuánta
hermosura! ¡Cuánto esplendor!
Nadie
que no lo haya realizado un solo momento en sí mismo lo puede imaginar.
Si pudiéramos vivir con este pensamiento, seríamos como Dioses que anden
sobre la tierra. Un solo rayo sería suficiente para conseguir la paz y la
belleza de Dios en nuestras pequeñas y tontas existencias.
¿Acaso
es tan difícil pensar en eso todas las mañanas? ¿Acaso no vale la pena
pensarlo? En lo que pensamos de continuo, en aquello nos convertimos.
Todos
los Sabios lo han dicho, todos los escritos del mundo lo proclamaron “El
hombre es lo que piensa” Y entre los pensamientos, este es el más
verdadero, el más absolutamente verdadero que puede penetrar en la mente.
“Nosotros somos el Ser, el Eterno, el Inmutable”.
Este
es el pensamiento que significa Paz. El pensamiento que impide durante
todos nuestros cambios de humor producir en nosotros un mal profundo,
cambiar la dirección de nuestros pasos. No quiero decir que cesen de
visitarnos, quiero decir que cesaremos de engañarnos identificándonos
con ellos. Ya no sentimos “Yo soy feliz. Yo soy infeliz.
Yo
estoy en la Luz. Estoy en la oscuridad”.
Entonces
sentiremos que este vehículo inferior, este mental inferior está en la
oscuridad o en la luz, feliz o infeliz, triste o glorioso y diremos: “A
ver qué puedo aprender de esta experiencia mutable, a través de la cual
pasa esta parte inferior de mí mismo”. Ya que después de todo, estamos
aquí para aprender lo que debemos aprender de estos vehículos
inferiores, tan mutables, tan volubles. Los retenemos porque tienen un
valor para nosotros en las lecciones que pueden transmitirnos. ¿Cómo
podríamos ayudar a las víctimas de esos cambios de humos, si no los
experimentamos nosotros mismos y no sentimos también los efectos cuando
estamos libres? |